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José Cabrera Alva

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Javier Munguía

Said Chamie

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El ángel de la guarda /
Testimonio real de Hillack Pedner

por Said Chamie

 

Entrevisté al célebre pintor polaco de origen español, el día quince de abril del año dos mil. Habíamos acordado vernos en el hotel Sheraton de Orlando Florida a eso de las dos treinta de la tarde. Lograr concretar una cita con él fue toda una proeza bíblica, pues el polémico retratista y consagrado expositor de iluminaciones era, por entonces, un viajero incansable; famosas fueron sus travesías por la Costa Azul de Francia, apasionados los safaris en el Serengeti y la Siberia de los bengalas, y envidiadas las noches que compartió el sol en el círculo polar.

No fue fácil seguirle el rastro en su recorrido por el extenso mundo. Poco más de veinticuatro meses me tomó la persecución y en los cementerios de Tenochtitlán –México– y Skopje –Macedonia– logré ver sus huellas recién grabadas en los suelos de arena y cal. Aunque supe a plenitud los lugares que frecuentó durante esos dos largos años –más que por investigaciones previas, por un imperioso vaticinio nacido en la descripción, pues con el tiempo logré reconocer su indómito proceder–, nunca antes habían coincidido nuestros tiempos; finalmente convergieron aquella tarde calurosa en que el sol azotaba con sus rayos perpendiculares la llanura floridana.

Llegué al Sheraton a las dos de la tarde y me detuve en su imponente entrada. Extasiado atisbé las dos torres de ladrillo que se resarcían al cielo insolado como pináculos griegos en un mar de verdes prados. Entonces pensé en Pedner y su estructura pictórica construida durante décadas en su complejo laberinto de imágenes de arcángeles y querubines, y estigmatizadas por una única e inconfundible mirada que trasmutaba en colores y formas.

Inmerso en mis reflexiones y autismos, el implacable tiempo marcó en mi reloj las tres de la tarde frente al complejo hotelero. Sobresaltado y algo apenado, corrí en completo desafuero por el pasillo de mármol granate que aplaudía al contacto de mis zapatos.

“El señor Pedner toma un té en el salón de comensales”, esto había dejado dicho el pintor en la voz aguda de la recepcionista de bucles dorados. Caminé agitado hasta el fondo del pasillo y abrí las puertas del restaurante principal con los nervios normales que me poseen segundos antes a un encuentro de total interés. Entonces vi a un desgarbado sujeto de apariencia senil sentado frente al ventanal más grande del recinto. Vestía una camisa a cuadros y con sus dedos mojados en cafeína pintaba arabescos en la servilleta de tela blanca. No había duda, era Hillack Pedner.

Me presenté y proseguí a sentarme junto a él, había esperado dos años por ese momento y tal vez si la ansiedad no hubiera convivido tanto tiempo en mí, la entrevista habría durado toda la tarde. Pero no fue así, pues con el paso de los meses comprendí que las preguntas debían resumirse a una sola: ¿Por qué pinta siempre el mismo ángel?

Quisiera poner en consideración del lector el testimonio literalmente expuesto por Pedner: –“La respuesta es muy sencilla, no he visto otro”.

Las palabras que exhortó su voz reseca y entrecortada me dejaron atónito por demás. Lo miré estupefacto, tan anonadado como lo estaría un niño al descubrir que la cigüeña, su verdadera cigüeña no es un pájaro mensajero. Y entonces al ver que su entrevistador no se inmutaba, continuó: –Sepa usted, señor Chamie, que he visto el mismo ángel en siete oportunidades y en siete lugares distintos... aunque en el mismo ambiente.

Incrementando el nerviosismo y más contrariado aún, lo único que se me ocurrió fue alzar la mano en procura de auxilio, un vaso de agua helada y un limón vertido me sacó del impasse momentáneo. Pedner prosiguió entonces: –He estado en doscientos trece cementerios del mundo, he podido ver al ángel en siete oportunidades. Reza y sin demora emigra. Lo mío no es una obsesión, pues nada distinto a retratarlo me importa, entienda que no es fácil mi posición, nunca antes había contado esto, pues el nivel de credulidad es el más reducido. Ignoro cómo sea la pluralidad angelical, pues como le digo sólo he visto uno, pero diría, sin temor a equívoco, que a juzgar por la intimidad que reflejan esos ojos, los ángeles, lejos de ser andrógenos, son féminas.      

El primer encuentro furtivo que el retratista tuvo con la aparición, fue en el entierro de su madre, en abril de mil novecientos setenta y ocho. Estando allí, en medio de parientes y amigos, Hillack atisbó la silueta de su ángel rezando a una tumba vecina; el retratista parpadeó un par de veces y la figura siguió ahí hasta desvanecerse como el rocío al paso de la mañana. Esto se repitió seis veces más en los cementerios de Pére Lachaise de Paris, El Protestante en Roma, el de Trinity Church de Nueva York, el Highgate Cementery de Londres, el Martín García en mitad del Río de la Plata en Argentina, el cementerio judío de Praga y el panteón central del DF mexicano.

Confieso que nunca he creído en ángeles ni demonios distintos a los que comúnmente veo en las calles, sin embargo sus palabras fueron verdad en mis oídos escépticos.

Pedner murió el veinticinco de julio de dos mil uno. Yo guardé luto por unos días y luego, en un sensible homenaje opté recorrer sus pasos dejados: fui a la primera tumba en donde el pintor habría de ver al ángel, seguí fielmente el relato que me narró en Orlando en una procesión sin aliento. Llegué pues al cementerio de la Calera –Colombia– por ser el inicio de su ilusión o su verdad.

Entré de noche y como lo había hecho el retratista en aquel entonces, y tomé el testimonio narrado en el Sheraton como una guía a seguir, así di con la tumba. Quien allí expiró no vivió más de cuatro lustros, y tal como habría de enterarme meses después –luego de arduas investigaciones–, la difunta creía fervientemente en “el ángel de la guarda” al igual que las seis víctimas restantes que habría de visitar en mi obsesión.

No creo en ángeles ni en demonios distintos a los que comúnmente veo en las calles, reitero, sin embargo y frente a esa primera tumba, la de Alicia Perdomo, algo extraño silbó en el aire, un rezo de gratitud, un lamento lejano vencido en este mundo o simplemente el viento gélido del sepulcro, no lo sé. Pero de una cosa sí doy fe, estando allí, entre muertos y esperanza, jamás en mi vida me sentí tan tranquilo.

 

© Said Chamie, 2006

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Said Chamie: (Bogotá-Colombia, 1978) Comunicador social y periodista, actualmente se desempeña en el área de la publicidad como copy y corrector de texto. Ha escrito libretos para dos seriados de televisión y el guión para el cortometraje Epílogo, del director Gian Carlo Richelmi; asimismo, su pluma ha estado en la revista Publicidad y mercadeo y sus fragmentos poéticos han sido parte del programa Polvo de estrellas, de la cadena radial Caracol de Colombia. Por esta época su primera obra, El libro azul, está esta siendo vista por la editorial Villegas para una posible publicación

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Para citar este documento: http://www.elhablador.com/cuento13_4.htm
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