Horno de reverbero y Ars Brevis (Christian Elguera)

La Poesía Hispanoamericana y sus metáforas (Camilo Fernández Cozman)

El corrido de Dante (Omar Guerrero Alvarado)

La iluminación de Katzuo Nakamatsu (Giancarlo Stagnaro)

La línea en medio del cielo (Jack Martínez)

El viaje a la ficción (Marlon Aquino Ramírez)

Mi cuerpo es una celda. Andrés Caicedo (Gabriela Falconí)

La horda primitiva (Augusto Carhuayo)

Pecar como Dios manda (Rafael Ojeda)

 

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La esperanza de la migración

por Omar Guerrero Alvarado

 

Eduardo González Viaña
El corrido de Dante
Lima: Editorial Planeta, 2008

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Parto del estudio concerniente al tema de “diseminación”, específicamente para el caso de Márgenes y minorías, donde Homi Bhabha(1) plantea la necesidad de reformular el diálogo entre los sectores dominantes y los sujetos desplazados -caso específico de migrantes- dentro de ese espacio y tiempo compartidos con el único fin de darle una nueva dirección al relato de nación que les ha tocado representar. Es decir, Bhabha propone una especie de armonía y/o utopía cultural en un mismo espacio, como imagen idónea de nación, a pesar de las diferencias de razas, costumbres y tipos de vida que se desarrollan según sus protagonistas, muy en especial con las minorías.

Con esta premisa de anhelo, y a manera de piso o superficie, coloco la historia de El corrido de Dante, de Eduardo González Viaña. Novela que está estructurada desde el punto de vista del migrante mexicano Dante Celestino, que pese a sus limitaciones sociales –es analfabeto y no habla inglés–, transita a través de este espacio no propio, entablando interacciones con los representantes de ambas partes, ciudadanos legales e ilegales, siempre con la insólita compañía de un burro llamado Virgilio.

Con la referencia directa de nombres basados en La Divina Comedia, el autor invita a descubrir ese espacio compartido y diseminado –Estados Unidos– como una síntesis del Infierno, Purgatorio y  Paraíso para sus habitantes, sobre todo para Dante Celestino, que dentro de sus recuerdos hacia Beatriz y a la vida añorada en un país extranjero se encuentra en esa búsqueda empecinada de su hija Emmita, que después de la muerte de su madre (Beatriz), justo en el día de su fiesta de quince años, huye de la casa paterna junto con su novio Johnny Cabada, un joven narcotraficante que le ha prometido ayudarle a cumplir su deseo de ser como Selena, la cantante norteamericana hija de migrantes mexicanos, que incluso antes de su muerte ya era un icono para los sujetos migrantes, sobre todo para la comunidad chicana. Literatura de frontera, literatura de viaje y literatura de identidad. Así podríamos calificar a El corrido de Dante.

Considero el término “frontera” para entablar las diferencias de distintos valores: bueno/malo, hombre/mujer, joven/viejo, rico/pobre, norte/sur; con el que se desarrolla una literatura que pone sobre el tapete el conflicto de cada una de estas partes en su constante interacción. El corrido de Dante no es ajeno a estos casos. Primero, figura el tema de diferencias geográficas. Dante Celestino, como muchos otros mexicanos y latinoamericanos, ha optado por cruzar la frontera de manera ilegal para buscar un futuro mejor en Estados Unidos. Una vez logrado su objetivo, y tras muchas peripecias, busca la manera de reencontrarse con su amada Beatriz, quien se ha quedado en México asediada por un poderoso narcotraficante mexicano llamado don Gregorio Bernardino Palermo. Este personaje no cesa de cortejarla con costosos regalos.

Segundo, aquí encontramos la presencia de las diferencias de clases sociales, además de las diferencias entre lo bueno y lo malo. Consideramos lo malo como lo necesario a pesar de su valor negativo, porque luego Beatriz es casada a la fuerza, y por interés de sus familiares, colocada en medio de una vida de lujos y viajes que contrastan con su desdén hacia todo lo que representa el narcotraficante, además de su constante añoranza de volver a ver a Dante del otro lado de la frontera. La imagen de Beatriz siendo poseída por su esposo Gregorio bajo la insulsa y nula libido de ella es una muestra de ello: Pasarse la noche atisbando el camino flamígero de los planetas.  Eso fue lo que hizo Beatriz mientras el cuerpo pesado de don Gregorio la aplastaba y la transitaba como una locomotora desde sus pies hasta su pelo” (94). Tras la caída del narcotraficante y la muerte de la mamá de Beatriz, la unión para los enamorados mexicanos aún se hace esperar por los sucesivos fracasos de burlar la seguridad de la frontera. En cada uno de estos intentos se narran otros sucesos que tienen por protagonistas a coyotes, santos, muchos migrantes latinoamericanos, el desierto, la esperanza y la muerte misma.
Tercero, las diferencias culturales y generacionales que hay entre padre e hija, Dante y Emmita, que se resisten a ceder a las tradiciones y/o formas de vida del otro, de su opuesto compatible por lazos de sangre, muestran una línea divisoria que trae consigo otro conflicto con el que se sustenta la trama. Verbigracia, lo mexicano frente a lo americano: “Wake up, Dad, yo soy una chica americana, yo no nací en Michoacán” (18). Y como resultado se da un género hibrido cultural que se hace llamar chicano (mexicanos nacidos en Estados Unidos y que hablan ambos idiomas, de preferencia el inglés, o la mezcla de ambos produciendo otro fenómeno híbrido: el spanglish). Por eso Emmita se identifica con su novio Johnny Cabada, otro hijo –no reconocido– de migrantes que hizo del narcotráfico su forma de vida muy al estilo americano: motos veloces y casacas de cuero, low riders.

Más allá de los estereotipos
Uno de los logros de El corrido de Dante es que no cae en el estereotipo de colocar a los malos de una raza y los buenos de otra. Tanto los latinos como los norteamericanos se comportan de acuerdo a sus preceptos y objetivos. Es así que circulan los patriots (113), grupo radical, violento y racista que mata a los migrantes con la idea de mantener la purificación de una raza. Los pandilleros y los narcotraficantes se hallan en constante relación de alianza y de odio (272-273). Los americanos de vida sosegada que brindan ayuda a quien sepa entenderlos a ellos (71). Los latinos que ayudan a otros latinos (200). Y los latinos que matan a los mismos latinos (caso del peruano Capitán Colina, 275). Todo este mosaico de personajes se muestra mientras se cumple la función de tránsito, de movimiento, de búsqueda. Aquí reside la denominación de una literatura de viaje que parte de Oregon, ciudad donde se estableció Dante cuando llegó a Estados Unidos, hasta terminar en Las Vegas, donde se encuentra Emmita tratando de cumplir su sueño de ser como Selena.  

Siempre movilizándose con una vieja Van, y con la compañía del burro Virgilio –que más que guía es un personaje o elemento “comparsa”–, Dante se aventura a seguir el camino que lo llevará hacia el paradero de su hija, muy a pesar de que ella le pidiera en un inicio que no lo hiciera. Paralelo a este viaje, surge, a manera de relato anterior, su viaje con Beatriz una vez que logró cruzar la frontera. Su peregrinación por territorio estadounidense le lleva a recordar todo el periplo entre México y Estados Unidos. Describe personajes, paisajes, pueblos y ciudades, al punto de insertar una intertextualidad con Pedro Páramo de Rulfo: “Después transitaron por Comala y conversaron con mucha gente, pero todos eran difuntos y sólo narraban chismes del cielo”. Viaje sobre viaje, siempre en búsqueda de algo o de alguien, sobre todo de la felicidad misma.

En esa búsqueda, situado en medio de su soledad, Dante logra conversar con Dios (161-162). La novela coquetea con otros elementos como lo real  maravilloso, que se acentúan con el caso visionario y excepcional de Emmita cuando era niña (172), o bajo las creencias religiosas de los latinoamericanos, como el caso de de los peruanos que gracias a Sarita Colonia –santa no reconocida aún por la iglesia– cuentan los testimonios de volver invisibles a sus compatriotas ante los ojos de los integrantes de la Migra.

Ligado al tema de la religiosidad, se mencionan otros casos de devoción que se fortalece en la fe de estas minorías. Así surgen imágenes como la de La Santa Muerte en México; Santa Rita, patrona de los imposibles; María Lionza, que asombra con sus piernas desnudas; José Gregorio Hernández, proveniente de Venezuela; María Sabina, hechicera del lago Tlaxcala; y Santa Bárbara, proveniente de Cuba.

Es todo un fenómeno paralelo al que señala Carlos Monsiváis(2) en su ensayo “Desperté y ya era otro”, concerniente al tema de las Migraciones espirituales. De la única fe a la explosión demográfica de credos, donde explica que a partir de 1960 se produce una tendencia en América Latina de ceder la fe a religiones evangélicas, sectas u otras convicciones, sean mormones, testigos de Jehová, budismo, new age, etc. La diferencia con el fenómeno desarrollado por Monsiváis es que la devoción de los personajes o imágenes veneradas mencionadas en El corrido de Dante se desarrollan con mayor intensidad en territorio ajeno (Estados Unidos), al que llegan los sujetos desplazados con toda su creencia como parte de su acervo cultural producido por el mismo acto de emigrar. Es decir, más que una Migración Espiritual, para este caso se trata de una Migración Física que conlleva con más ahínco a toda creencia.

En cuanto a la identidad, Nestor García Canclini(3) menciona que tener una significaría tener un país, una ciudad, un barrio, y cuyo espacio sirve de escenario para las manifestaciones de esta identidad, sea fiestas, veneraciones o cualquier otra actividad representativa. No disponer de este territorio, a pesar del desarrollo de estas manifestaciones, es encasillarse en la cualidad del Otro, del Distinto. En la novela de González Viaña encontramos diferentes niveles de identidad, lo cual da por resultado el arraigo y el desarraigo de sus personajes. Para el caso específico del “arraigo”, Dante es su mejor representante. Él mantiene las raíces de su identidad muy bien cimentadas. Se puede notar desde un inicio con los preparativos de la fiesta de quince años de Emmita, muy al estilo mexicano. Su vestimenta, su manera de atender a los invitados, la ceremonia, la música (cabe señalar que Dante gusta de los corridos, los canta y los siente como si fueran las voces de los más diversos sentimientos o penas, suyas o de otros migrantes). Todo en sí es típico de su país de origen, siempre presente en sus pensamientos a lo largo de todo el recorrido que hace en búsqueda de su hija.
Por otra parte, “el desarraigo” se representa en Emmita, quien rechaza todas esas formas tradicionales que desempeña su padre, ya que tiende más al gusto de las formas y del pensamiento americano. Y es cierto, ella es americana, hija de migrantes mexicanos, pero americana al fin al cabo, porque nació en ese espacio que no la rechaza pero que tampoco la acepta del todo. Simplemente este espacio la considera –asumiéndose ella también– distinta a todo lo característico o lo común de este espacio, sea el caso de la raza, por citar el ejemplo más resaltante. Emmita, como personaje, se encuentra en un punto intermedio, muy singular, que posee elementos culturales de ambas partes, por más que rechace algunas y acepte otras.  Por algo  quiere parecerse a Selena y no a una cantante americana u otra cantante mexicana. Concluimos, entonces, que a ambos, padre e hija, se les ubica en la posición del Otro simplemente por estar ocupando un espacio distinto. El primero, Dante, a pesar de su ilegalidad, sigue actuando de manera similar –según su tradición–, a pesar de no encontrarse en su país de origen. La segunda, Emmita, dentro de la legalidad, no se halla de un lado ni del otro, simplemente se adapta al espacio híbrido que se desarrolla a la deriva, y cuya aceptabilidad en ese espacio donde se encuentra y se disemina sólo se posibilitará a través del tiempo, tal como lo menciona Bhabha(4) esperanzadoramente.

A manera de adenda, colegimos que con la prosa fluida de González Viaña podemos ubicar El corrido de Dante como una novela representativa del universo de lo latinoamericano dentro de Estados Unidos. Sobre todo, en el desarrollo de la temática de las migraciones; cuya variedad de idiomas, creencias y costumbres no cesa de fusionarse. Todo este fenómeno viene tomando una dirección incierta que valdría la pena seguir muy de cerca

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1 Bhabha, Homi (2002): El lugar de la cultura (traducción de César Aira). Buenos Aires: Manantial: 192.

2 Monsiváis, Carlos (2000): Aires de familia. Cultura y sociedad en América Latina. Barcelona: Anagrama: 176.

3 García Canclini, Néstor (2001): Culturas híbridas. Buenos Aires: Paidós: 183.

4 ídem, 1.


© Omar Guerrero Alvarado, 2009

 

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