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La letra en que nació la pena / Varios
Los puertos extremos / Johan Page
Casa / Francisco Ángeles
Casa de citas / Alejandro Susti

 

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El viaje a la semilla

por Francisco Ángeles Menacho

 

Enrique Prochazka
Casa
Lima: Lluvia Editores, 2004

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La aparición de Enrique Prochazka en la narrativa peruana, en 1997, fue celebrada por la crítica con justificado entusiasmo y, en cierta manera, con elogios que excedían sus méritos alcanzados hasta entonces. Trayendo bajo el brazo una colección de relatos titulada Un único desierto, el autor irradiaba talento, imaginación y un acertado manejo del lenguaje. Sin embargo, la influencia de Borges en la mayoría de relatos era demasiado grande y atenuaba de alguna manera las virtudes exhibidas por el autor. Era necesario, por tanto, esperar una segunda entrega y aguardar los resultados. Pasaron siete años y Prochazka volvió a la carga, esta vez con una novela: Casa.

Este segundo libro cuenta la historia de Hal Durbeyfield, célebre arquitecto que, en el despegue de la novela, sufre una caída y se golpea la cabeza contra el pie de una lámpara de bronce. Cuando se levanta, todo le resulta extraño. Su mujer está muerta y él no recuerda nada; además, tiene una hija adolescente a la que no reconoce. Hal busca llenar este agujero en su memoria (que se extiende a lo largo de los últimos quince años) y para ello sigue la pista de Alguien, esa persona tres lustros mayores que él y que habita su mismo cuerpo, esa persona que a un tiempo él fue y no fue en el pasado. Sin embargo, la verdadera búsqueda del protagonista no es la recuperación de sus circunstancias familiares, de su pasado cotidiano e inmediato, sino la resolución del misterio de la Casa que habita, y a través de ella, de sí mismo. ¿Por qué diseñó él, Hal Durbeyfield, esa Casa tan extraña?

Prochazka acierta en la descripción de la Casa y nos presenta un lugar laberíntico y lleno de resonancias. Con un lenguaje preciso y un tono objetivo y distante, nos es revelado, a la par que a Hal, que Alguien era un famoso arquitecto que por una década se encerró en la Casa y al que se creía (con razón o no) afectado por un serio problema psiquiátrico. De esta manera, la narración se plantea como la aventura intelectual de un hombre que busca respuestas a su identidad, a su pasado y su presente, siguiendo como pista la arquitectura de la Casa que construyó, siendo él mismo la clave a desentrañar.

En “Testamento”, el texto con que concluye Un único desierto —una suerte de arte poética que está fuera del conjunto de relatos propiamente dicho—, el autor admite que sus cuentos pueden ser considerados borgianos y explica que lo son en la medida en que él, Prochazka, al igual que Borges, ha leído a Schopenhauer, a Thomas de Quincey y a Homero. Y aunque no niega cierta influencia del escritor argentino, se adelanta a las críticas y sale al frente de una objeción todavía no enunciada. Ya desde entonces, Prochazka se alinea con cierto tipo de literatura vinculada, entre otras cosas, a la filosofía. Casa también discurre por esta vertiente. A mitad de la novela, el relato da una vuelta de tuerca, poniéndose en evidencia que detrás del drama de Hal hay una alegoría y lo que se tendría al frente es la historia de un hombre enfrentado a su propia condición humana. A partir de allí, la novela, al verse coronada de repercusiones universales —que no dejan de lado lo mitológico— adquiere otra relevancia y accede a planos que trascienden la mera cotidianidad del protagonista. Y en la revelación final, cuando todo queda al descubierto, Hal asume que el trayecto vital de Alguien lo llevó a una conexión profunda con su propia humanidad, con esa condición salvaje, precultural, oculta por siglos de civilización, y comprende el signo trágico que produce esa vuelta a las raíces.

Casa, que a grandes rasgos sigue la esencia de Un único desierto, da un salto cualitativo con respecto a su precedente. En ella empieza a diferenciarse una voz personal, un estilo propio sale del útero borgiano y comienza a respirar por sí mismo. Pero, de una u otra manera, queda la sensación de que si bien hay un paso adelante, este no es lo bastante grande. Si Un único desierto prometía logros mayores, Casa ratifica que la promesa sigue en pie, sin ser todavía un cumplimiento.

Sin embargo, esto no es relevante para definir su lugar en la narrativa peruana última. Lo que importa son los logros y no el grado en que se cumplen las expectativas, y a la luz de nuestra tradición, la novela de Prochazka es original, diferente: expande horizontes. Muy lejos de un realismo que a veces, en su peor vertiente (la panfletaria), llega a asfixiar, Casa no solo refresca el panorama sino que, mal que bien, cuestión de gustos y prejuicios, es una propuesta estética que debe ser atendida.

© Francisco Ángeles, 2005

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Para citar este documento: http://www.elhablador.com/resena7_4.htm


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