Enrique
Prochazka
Casa
Lima: Lluvia Editores, 2004
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La
aparición de Enrique Prochazka en la narrativa
peruana, en 1997, fue celebrada por la crítica
con justificado entusiasmo y, en cierta manera, con
elogios que excedían sus méritos alcanzados
hasta entonces. Trayendo bajo el brazo una colección
de relatos titulada Un único desierto,
el autor irradiaba talento, imaginación y un
acertado manejo del lenguaje. Sin embargo, la influencia
de Borges en la mayoría de relatos era demasiado
grande y atenuaba de alguna manera las virtudes exhibidas
por el autor. Era necesario, por tanto, esperar una
segunda entrega y aguardar los resultados. Pasaron siete
años y Prochazka volvió a la carga, esta
vez con una novela: Casa.
Este
segundo libro cuenta la historia de Hal Durbeyfield,
célebre arquitecto que, en el despegue de la
novela, sufre una caída y se golpea la cabeza
contra el pie de una lámpara de bronce. Cuando
se levanta, todo le resulta extraño. Su mujer
está muerta y él no recuerda nada; además,
tiene una hija adolescente a la que no reconoce. Hal
busca llenar este agujero en su memoria (que se extiende
a lo largo de los últimos quince años)
y para ello sigue la pista de Alguien, esa
persona tres lustros mayores que él y que habita
su mismo cuerpo, esa persona que a un tiempo él
fue y no fue en el pasado. Sin embargo, la verdadera
búsqueda del protagonista no es la recuperación
de sus circunstancias familiares, de su pasado cotidiano
e inmediato, sino la resolución del misterio
de la Casa que habita, y a través de ella, de
sí mismo. ¿Por qué diseñó
él, Hal Durbeyfield, esa Casa tan extraña?
Prochazka
acierta en la descripción de la Casa y nos presenta
un lugar laberíntico y lleno de resonancias.
Con un lenguaje preciso y un tono objetivo y distante,
nos es revelado, a la par que a Hal, que Alguien
era un famoso arquitecto que por una década se
encerró en la Casa y al que se creía (con
razón o no) afectado por un serio problema psiquiátrico.
De esta manera, la narración se plantea como
la aventura intelectual de un hombre que busca respuestas
a su identidad, a su pasado y su presente, siguiendo
como pista la arquitectura de la Casa que construyó,
siendo él mismo la clave a desentrañar.
En
“Testamento”, el texto con que concluye
Un único desierto —una suerte
de arte poética que está fuera del conjunto
de relatos propiamente dicho—, el autor admite
que sus cuentos pueden ser considerados borgianos y
explica que lo son en la medida en que él, Prochazka,
al igual que Borges, ha leído a Schopenhauer,
a Thomas de Quincey y a Homero. Y aunque no niega cierta
influencia del escritor argentino, se adelanta a las
críticas y sale al frente de una objeción
todavía no enunciada. Ya desde entonces, Prochazka
se alinea con cierto tipo de literatura vinculada, entre
otras cosas, a la filosofía. Casa también
discurre por esta vertiente. A mitad de la novela, el
relato da una vuelta de tuerca, poniéndose en
evidencia que detrás del drama de Hal hay una
alegoría y lo que se tendría al frente
es la historia de un hombre enfrentado a su propia condición
humana. A partir de allí, la novela, al verse
coronada de repercusiones universales —que no
dejan de lado lo mitológico— adquiere otra
relevancia y accede a planos que trascienden la mera
cotidianidad del protagonista. Y en la revelación
final, cuando todo queda al descubierto, Hal asume que
el trayecto vital de Alguien lo llevó
a una conexión profunda con su propia humanidad,
con esa condición salvaje, precultural, oculta
por siglos de civilización, y comprende el signo
trágico que produce esa vuelta a las raíces.
Casa,
que a grandes rasgos sigue la esencia de Un único
desierto, da un salto cualitativo con respecto
a su precedente. En ella empieza a diferenciarse una
voz personal, un estilo propio sale del útero
borgiano y comienza a respirar por sí mismo.
Pero, de una u otra manera, queda la sensación
de que si bien hay un paso adelante, este no es lo bastante
grande. Si Un único desierto prometía
logros mayores, Casa ratifica que la promesa sigue en
pie, sin ser todavía un cumplimiento.
Sin
embargo, esto no es relevante para definir su lugar
en la narrativa peruana última. Lo que importa
son los logros y no el grado en que se cumplen las expectativas,
y a la luz de nuestra tradición, la novela de
Prochazka es original, diferente: expande horizontes.
Muy lejos de un realismo que a veces, en su peor vertiente
(la panfletaria), llega a asfixiar, Casa no solo refresca
el panorama sino que, mal que bien, cuestión
de gustos y prejuicios, es una propuesta estética
que debe ser atendida.
©
Francisco Ángeles, 2005 |