Birger
Angvik
La narración como
exorcismo
Mario Vargas Llosa, obras (1963-2003). Lima: Fondo de
Cultura Económica, Tierra Firme, 2004
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Establecer
los cánones literarios en el Perú ha sido
una cuantiosa elaboración para críticos
e historiadores de la literatura peruana. De hecho,
la compleja estructura que ello requiere ha devenido
en incoherencias e inexactitudes, estableciéndose
esquemas excluyentes y poco acertados con respecto a
su recepción en la élite intelectual peruana.
Los estereotipos que han constituido y constituyen los
patrones de aproximación interpretativa escapan
de un complejo horizonte que no debiera excluir ningún
tipo de discurso. El caso peruano debe implicar la apertura
de vías alternas en la intención de reunir
a todos los agentes escriturales en cuanto potenciales
de significación multicultural.
Ya
en La ausencia de la forma da forma a la crítica
que forma el canon literario peruano (1999), Angvik
había advertido una errada formulación
en la interpretación del discurso narrativo por
cuanto se enunciaban categorías metatextuales
que no abordaban la problemática en su vertiente
más exacta. Nuestro autor, sin embargo, se había
ocupado exclusivamente de los autores más representativos
del discurso criollo, expulsando al discurso andino
de este ambicioso proyecto ensayístico. Bajo
esta premisa, Birger Angvik entendía al sujeto
oficial criollo como el único autorizado para
construir mundos representados, descartando definitivamente
la prolífica tradición oral y el indudable
resultado transcultural que ello implica. La formación
de la tradición literaria en el Perú (1989)
de Antonio Cornejo Polar continúa percibiéndose,
en consecuencia, como uno de los metatextos más
significativos del proceso literario peruano. En efecto,
Cornejo se sirvió de marcos socioculturales y
socio-históricos en su afán de legitimar
todas las representaciones escriturales que los diferentes
sujetos han producido. Resulta evidente suponer que
La ausencia de la forma aspiraba demostrar
el marco discursivo de la prosa de Vargas Llosa antes
que una sucinta definición de la problemática
literaria peruana.
La
narración como exorcismo se inserta dentro
de las propuestas metatextuales que anteriormente intentaron
decodificar la obra de Mario Vargas Llosa. A diferencia
de José Miguel Oviedo en La invención
de la realidad (1970) o José Luis Martín,
La narrativa de Vargas Llosa (1979), Angvik
propone una visión más actualizada para
ahondar en la poética vargasllosiana. Cuatro
novelas (La ciudad y los perros, La casa verde,
Conversación en La Catedral e Historia de Mayta),
un libro de memorias (El pez en el agua) y
un ensayo (La utopía arcaica) son suficientes
para dilucidar los niveles de construcción ficcional
y exegética.
No
obstante los últimos tres artículos del
presente ensayo formaron parte de su anterior publicación,
La narración como exorcismo continúa
el mismo eje hermenéutico: por un lado, se exponen
posiciones exegéticas de quienes con anterioridad
se han ocupado del discurso narrativo vargasllosiano,
a la vez que el autor aporta su percepción del
mundo representado. Así, la apropiación
simbólica de la urbe en La ciudad y los perros
se presentaría como una operación discursiva
que no solo organiza los acontecimientos referidos en
el texto, sino que reúne a los diferentes sujetos
involucrados dentro de dos macro espacios en conflicto:
la institución militar y la ciudad. Este enfoque
afirma las voces en su propia contextualización,
acentuando la visión totalizadora del relato.
El corpus narrativo que domina la novela estaría
dominado por la ya conocida estructura de “vasos
comunicantes” y voces superpuestas, hecho que
el presente libro reitera como precisiones teóricas
novedosas. Ciertamente, Angvik se apoya en la teoría
narratológica en tanto parámetro para
su decodificación sin tomar en cuenta el marco
cultural que el texto mismo supone.
El
modelo expuesto en Conversación en La Catedral
sigue la misma aplicación interpretativa que
en La ciudad y los perros. Con los experimentos
narrativos a los que se aluden se insiste en la permeabilidad
de un lenguaje que estructura y domina el relato; la
circularidad, producto de la estrategia narrativa, coincide
con la percepción crítica de José
Luis Martín (1979) y otros estudiosos de la novelística
vargasllosiana. En el contexto sociopolítico,
resulta más que evidente la adscripción
del nivel discursivo en su intención de reflejar
el dominio que ejerce sobre los agentes involucrados.
El modelo de Angvik reitera, no obstante, sobre estas
argumentaciones tres conceptos audaces: a) la novela
total o representación del sujeto ante su entorno,
b) la novela totalitaria o dominio absoluto del sujeto
y c) novela autónoma o mundo representado, donde
el entorno sigue las leyes del discurso. En ambos textos,
sin embargo, aunque se aclara la posición autónoma
del discurso ficcional, Lima, como agente de contextualización,
no sirve de apoyo para el análisis teórico
del presente libro.
Sorprende,
no obstante, la decodificación que Birger Angvik
opera en la La casa verde. A diferencia de
La ciudad y los perros y Conversación
en La Catedral, donde la ciudad y la experiencia
testimonial consolidaban la autenticidad de los sujetos
representados en ella, La casa verde apuntaría
hacia una tergiversación de los espacios amazónico
y piurano. La ausencia de una focalización interna
que incursione en la introspección de los personajes
desvirtúa los niveles de ficcionalización
en dos sentidos: 1) la estructura narrativa somete al
mundo representado, descartando esta estrategia discursiva
como eje de reproducción del conflicto sociopolítico
peruano; y 2) constriñe la función ficcional
a un plano meramente testimonial. No hay duda de que
esta ambivalencia reafirma la propuesta —a
nuestro juicio, equivocada—
de Angvik, pues si bien la posibilidad de construir
mundos representados sugiere referencias simbólicas
alternas a la realidad, estas no deben enfrentar la
artificialidad de la creación literaria con su
patrón de modelo.
A
excepción de La tía Julia y el escribidor,
El pez en el agua, género híbrido
que transita entre la ficción y la autobiografía,
inserta al propio autor como sujeto de experimentación
narrativa. Si bien la práctica escritural que
el texto autobiográfico ofrece en sí mismo
rompe la frontera entre autor real y autor implícito,
¿el narrador autodiegético recaería
siempre en el autor implícito? ¿Existe
otro autor implícito similar al de El pez
en el agua? Angvik sugiere que a partir de este
texto habría una ruptura con el Perú en
tanto afirmación de un espacio por incorporar.
La presencia de un Perú marginal se hará
visible en Lituma en los Andes y, esencialmente,
en La utopía arcaica, donde la superioridad
de una élite criolla se apropia de sus códigos
socioculturales para deslegitimar su identidad. La
narración como exorcismo, empero, no advierte
esta divergencia cognoscitiva, sino, por el contrario,
se centra exclusivamente en ella como discurso y contexto
ajenos a la poética del autor.
De
todas las manifestaciones discursivas producidas en
el Perú, la narrativa de José María
Arguedas suscitó en Vargas Llosa su des-identificación
y desmitificación con respecto a la identidad
étnica indígena. Lo expuesto en La
utopía arcaica sugeriría el fracaso
del discurso andino como posibilidad de instituir espacios
de representación equivalentes a lo conseguido
por la producción literaria occidental. La dicotomía
civilización-barbarie se expresa ampliamente
en la percepción que el autor de Los cachorros
encontró en la representación escritural
arguediana respecto del sujeto andino. Los códigos
culturales que pretendían insertar al indígena
en el sistema literario contemporáneo resultaron
insólitos ante la mirada del más reconocido
escritor peruano. Mario Vargas Llosa advertía
la necesidad de examinar campos interdisciplinarios
para identificar mundos ficcionales como el de Todas
las sangres en la reciente producción narrativa
peruana. En este sentido, La utopía arcaica
revela la infalibilidad analítico-interpretativa
del autor en estudio y su oposición a reconocer
otras producciones culturales.
La
representación del espacio peruano —complejo
desde su inclusión en la práctica escritural—
se explica desde la transculturación en tanto
columna vertebral de todos los campos socioculturales
que suscitó. La narrativa de Mario Vargas Llosa
no escapa a esta operación discursiva en su afán
de reflejar las sociedades criolla, andina y aun amazónica,
focalizando este propósito en la construcción
de una nación artificial. La casa verde,
El hablador y, especialmente, Lituma en
los Andes se inscribirían en ese marco contextual,
destacando esta última como una imagen alterada
del discurso de la violencia política. Por consiguiente,
la función de este tipo de recursos narrativos
(sujeto y espacio andinos) encarna el talón de
Aquiles de Vargas Llosa. Birger Angvik ha preferido
situarse en novelas que han sido admitidas por la élite
intelectual peruana y extranjera, con la finalidad de
establecer un corpus analítico sobre la base
de un horizonte canónico de interpretaciones
simultáneas.
En
suma, La narración como exorcismo aborda
la poética vargasllosiana con herramientas teóricas
ya manejadas para profundizar ciertos puntos no analizados
en otras apreciaciones críticas. Dentro de los
esquemas metatextuales, sin embargo, Angvik acierta
en su intención de presentar una evaluación
interpretativa de textos no analizados como El pez
en el agua o La utopía arcaica para
contextualizar el proceso creativo de un autor a partir
de su proyecto escritural. 
ver entrevista
a Birger Angvik
en este número.
©
Johnny Zevallos, 2005 |