3.
Titu Cusi Yupanqui y el actual espacio andino
Una
vez observados los procesos de apropiación
andina como centros de resistencia cultural, ¿existiría
algún vínculo entre esa persistencia
en la actualidad? Un primer acercamiento podemos hallarlo
en lo literario: éste interés por mantener
vivo el litigio entre dioses cristianos y andinos
repercute en "La agonía de Rasu-Ñiti"
de José María Arguedas. El relato de
Arguedas es muy claro en ese sentido, puesto que se
asume al bailarín, no sólo como el elegido
para unir a la divinidad con lo terrenal; por el contrario,
su presencia evoca el Taki Onqoy mismo, en
la medida en que el
mundo
y el discurso que las huacas del Taki Onqoy hicieron
públicas, en el danzak de Arguedas aparecen
transformados en un espacio secreto, inalcanzable
para los que no han sido iniciados. Este secreto
resiste toda interpretación, toda diseminación.
Así pues, la esposa no puede oír al
Wamani. Ella sólo puede verlo y sentirlo,
y debe conformarse con lo que su marido, el danzak,
le asegura sobre la presencia del Wamani en su choza.
(Castro-Klarén 1990:
421)
El
rito por sí solo experimenta cambios que convergen
en una identificación histórica, la
misma que proviene de la reconstrucción misma
de los hechos. Si bien es cierto que la crónica
de Titu Cusi Yupanqui pretende expulsar a los españoles
de un utópico Estado neo-Inca, esto se manifiesta
a través de un rechazo a la contaminación
cristiana que traerá consigo la negación
de la utopía misma. Por ello, la marginalidad
se ve expuesta en el proyecto de rebeldía cultural,
Taki Onqoy, aun en su más clara representación
cognoscitiva. Probablemente, esto explique las constantes
referencias, dentro del folklore indígena,
acerca de una explotación sistemática
sobre los vencidos. La propia iniciativa indígena
precisa, entonces, el ideal andino por no verse contaminada
del todo, sino, cómo explicar que
en
nuestros días todavía, cuatro siglos
después de la llegada de los españoles,
la Conquista revive en el folklore indígena.
Cada año, en ciertas regiones andinas, los
campesinos se congregan en la plaza del pueblo y
representan la "Tragedia de la muerte de Atahuallpa"
[
]
El folklore permite, al mismo tiempo, entender cómo
la memoria colectiva conserva y transmite el recuerdo
del pasado. Si se compara, en efecto, las danzas
actuales y las crónicas indígenas
se constata, a la vez, convergencias y divergencias.
No es sorprendente que unos hechos históricos
tan lejanos aparezcan hoy día deformados
(Wachtel 1973a: 39)
En
efecto, la representación teatral de los vencedores
es siempre vista con recelo por quienes se vieron
sometidos después de una guerra o una conquista.
Constantemente ironizados, las voces de los poderosos
enardecía, aunque no de subalternos, en papeles
monstruosos. De allí que en "los
relatos, poemas o dramas los enemigos también
se engrandecían en horror y fuerza bruta para
dar lustre a las hazañas y generar fondos que
financiaran la prolongada búsqueda de dorados
y cibolas." (Millones
2000: 84)
Cómo
entender, sino, el constante enfrentamiento entre
fuerzas continuas que van cediendo paso a versiones
alteradas de hechos a favor o en contra de esos mismos
acontecimientos. La Conquista puede ser entendida
sólo a partir de una seudo-asimilación
de la misma. La alteridad cobra, pues, un valor importante
en la construcción utópica por preservar
y engrandecer la memoria de un pueblo. Por esa razón,
entre "los cronistas indígenas
y mestizos, también existen discrepancias en
la descripción de la muerte del Inca. Guamán
Poma la ilustra con un dibujo en el que Atahualpa
es degollado mientras que Titu Cusi Yupanqui se atiene
al testimonio de la generación anterior, concordando
con los miembros de la hueste española."
(88)
El
trastrocamiento del orden histórico se ve perturbado
por la cosmovisión andina, por medio de una
puesta en escena que toma como estructura acorde con
los paradigmas de un orden social nuevo. En general,
la representación se da
A
través de estos episodios, a menudo confusos,
aparece una composición relativamente simple:
1) unos sueños anuncian la llegada de los
españoles; 2) unos encuentros preliminares
ocurren a nivel de los servidores y lugar-tenientes;
3) el episodio central enfrenta al jefe indio y
al jefe español; 4) la muerte del jefe indio
es seguida de lamentaciones y el rey de España
surge, como una especie de deus ex machina, para
castigar a Pizarro. (Wachtel
1973a: 44)
La
victoria aparente de los españoles concuerda
con los sistemas de representatividad andina; prueba
de ello son las versiones acerca del castigo que recibiera
el virrey Francisco de Toledo, tras asesinar al último
inca del Perú: Túpac Amaru I. Garcilaso
describe así los hechos en el capítulo
XX del Libro Octavo de la Historia General del
Perú:
La
Católica Majestad, que tenía larga
y general relación y noticia de todo lo sucedido
en aquel Imperio, y en particular de la muerte que
dieron al Príncipe Túpac Amaru, y
del destierro en que condenaron a sus parientes
más cercanos, donde perecieron todos, recibió
al Visorrey, no con el aplauso que él esperaba,
sino muy en contra. Y en breves palabras le dijo
que se fuese a su casa, que Su Majestad no le había
enviado al Perú para que matase Reyes, sino
que sirviese a Reyes. (1959:
II, 854)
La
visión de Guamán Poma de Ayala no dista
mucho respecto del Inca, pero, a diferencia de éste,
representa una similitud de poderes entre el Rey de
España y el último inca; en tal sentido,
propone una reflexión, desde la perspectiva
andina del porqué se castigó a Toledo.
El autor se dirige a los lectores para que asuman
la potestad y el temor de haber dado, por segunda
vez, muerte al Inca. Hablamos de segunda muerte, si
no perdemos de vista que los dibujos que grafican
la pena de Atahualpa y de Túpac Amaru son idénticos:
Véis
aquí caballeros la soberbia que tiene un
mandado pobre, se quiso alzarse como se alzó
y mató a un rey y señor de este reino,
no pudiendo conocer la causa sino el mismo rey y
señor, han de sentenciar y firmar para la
sentencia y muerte de otro señor y rey. Y
así la soberbia le mató a don Francisco
de Toledo. (1993: II, 355)
La
acumulación de datos similares demuestra la
reencarnación no sólo del Taki Onqoy,
sino, además de él, la recuperación
del Inca en las festividades andinas en la actualidad.
Estas festividades impulsan la categoría mesiánica
que las crónicas cumplieron como documentos
de información sobre la "aculturación"
de los indígenas en las Indias. La disposición
de esos estadios procura demostrar la metamorfosis
sobre la que han concurrido los restos de las antiguas
panacas reales:
Ninguno
de los incas desaparecía del quehacer cotidiano
con la muerte. Los "bultos" o cuerpos
momificados de las familias reales alternaban con
su séquito de criados y parientes, mantenían
sus propiedades, seguían recibiendo tributos
y ocupaban las primeras filas en las ceremonias
importantes, al costado de las imágenes de
sus dioses. Más aún, podían
manifestar su aquiescencia o desagrado por las políticas
del estado, por el respeto que se les prestaba o
por los enredos y chismes surgidos entre las panacas
o grupos familiares de la nobleza cuzqueña.
Un "mayordomo" (como los llamaron los
españoles) se comunicaba a viva voz con él
y percibía y transmitía sus respuestas
o comentarios. (Millones
2000: 232)
La
asimilación de los códigos andinos,
aun cuando suponen un cuadro de interés por
recuperar la memoria y el mensaje discursivo del
Taki Onqoy. Como ya se dijo, el rechazo por la
intervención conquistadora en la Instrucción
se hace patente en la supremacía del poder
hegemónico español. Sin embargo, el
cronista no duda en negar el papel subalterno de los
indígenas, consiguiendo de esta manera quebrar
el orden establecido. Efectivamente, el autor se solaza
cuando debe narrar la victoria indígena durante
el cerco del Cuzco. Los planes de pretender sucumbir
el dominio español se hace patente en dichas
narraciones:
se
pusieron ençima de sus cavallos, a guisa
de pelear, y començaron a mirar a una parte
y a otra y ansy mirando, pusieron piernas a sus
cavallos y a más correr, a pesar de sus enemigos,
ronpieron aquel // portillo que como muro estana
cerrado y hecharon a huyr por la cuesta arriva,
a matacaballo. Los yndios que en el çerco
del Cuzco estaban, como los bieron ansy huyr, començaron
a gritar diziendo: ¡A, que se ban a Castilla;
ha, que se ban a Castilla; ataxaldos! y ansy todo
el çerco questava hecho se deshizo, los unos
en su seguimiento, los otros á ataxarlos;
algunos a dar aviso a las guardas de las pucentes
[sic], porque no se pudiese escapar ninguno por
ninguna parte (44; f. 38r-38v).
La
victoria recoge la iniciativa de Manco Inca por restaurar
el orden perdido, tras la llegada de los conquistadores.
Así, se consolida no sólo la presencia,
aunque momentánea, de un Estado neo-Inca, sino,
la consecución de los cultos andinos, ya sea
acompañado de fiestas y costumbres propias:
Hecha
my padre esta fiesta en aquel pueblo Sacsa Siray,
sa [sic]: salio de alli para el pueblo de Tanbo,
pasando de camino por Yucay a [¿donde?] dormio
sola una noche, y llegado que fue a Tanbo, mandó
que se juntase alli toda la tierra porque queria
hazer una fortaleza muy fuerte, para en ella defenderse
de todos los españoles que le quisiesen acometer
(46; f. 40r).
Como
hemos podido observar, la crónica transmite
una serie de conexiones entre una raíz milenarista
y propuestas que insertan los códigos andinos
dentro de un discurso con claras profundizaciones
religiosas alejadas de elementos cristianos. Nada
más claro para alegar un vínculo con
lo que hemos venido sosteniendo a lo largo de nuestra
tesis: el Taki Onqoy.
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