Luis Benítez

Paolo Mario Astorga Requena

Eduardo Fariña Poveda

Alexander Ríos

Yusef Simon

Josué Barrera

Juan Carlos Bondy

Fernando Isasi Cayo

Miguel Ángel Vallejo Sameshima

Jennifer Thorndike

 

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Pequeño espectador del mundo

por Josué Barrera

 

1

( Carne trémula )

No sé qué me pasa cuando veo las películas de Pedro Almodóvar. Desde que vi Carne trémula no me he perdido ningún estreno suyo en el cine. En aquél 97 fui con Clarissa. Llevábamos como un año de relación, todo bien, mejor de lo que esperaba. No dudamos en asistir al estreno porque un amigo nos pasó un boleto doble. Ambos habíamos escuchado que Almodóvar era un gran director, que sus películas eran muy aclamadas en Europa y que poco a poco se iba colando a América. Invité a Clarissa, y esa noche estábamos sentados en la sala. Hasta ese momento no me había dado cuenta que a mi vida le faltaba una partecita para llamarse realmente vida.

Las voces españolas siempre me han atraído. Clarissa solía jugar que era española mientras hablábamos por teléfono para decirme unas cuantas peladeces. Mientras transcurría la película, escuchaba que ella repetía algunas frases, que miraba atenta los movimientos de los actores y que apretaba mi mano en las escenas más candentes. Yo no le correspondía a su abrazo, ni a tomar con fuerza su mano porque sólo me enfocaba en el cuerpo de Bardem. Nunca había visto unos pectorales como los suyos, mucho menos una espalda tan amplia. Yo sólo quería mirarlo, volver a ver la película, y esperar a que saliera en venta para comprarla, porque además de quedarme asombrado por el físico del actor español, me di cuenta que uno es el que origina las relaciones que quiere tener, así como uno es el creador de sus propios enredos, intrigas y culpas.

Al día siguiente fui a buscar cada película de Almodóvar. Encontré tres, y esa misma noche las miré, y al día siguiente las volví a ver aunque no me causaran el mismo efecto que ocurrió con Carne trémula. Ésta me había parecido mejor hecha que las anteriores, más profunda, más cautivadora. Sin comparación con Átame o Mujeres al borde de un ataque de nervios. Quizá Tacones lejanos se le podría acercar un poco, pero no, nada como Carne trémula. Quería compartir mis impresiones con Clarissa, saber lo que pensaba sobre las relaciones como las de la película, qué tal los actores, las escenas de sexo (saber por qué me apretaba la mano), así como los enredos de la historia, pero a ella sólo le había parecido buena, así nada más, y no sabía porqué armaba tanto alboroto por una película que trataba de relaciones extrañas, de gente desesperada y conflictiva. En ese momento me fue imposible estar con ella. Me paré de la mesa, tomé el saco, y salí del restaurant dejándola sola, acompañada de la cuenta (eso y más se merece una persona que no aprecia a Almodóvar). No podía estar con una mujer así.

 

2

( Todo sobre mi madre )

No fue sino hasta el 99 cuando miré el segundo estreno de un filme de Pedro en el cine. Esa vez invité a Sonia, quien sí conocía al español e igual que yo, lo estaba esperando. La había conocido en una página de internet que ella creó especialmente para hablar sobre el director español. Pronto nos conocimos, y nuestra conexión fue inmediata. Ese día fuimos los primeros en entrar a la sala. Sentíamos ganas de gritarles a los que rodaban la cinta que no esperaran más gente, que la rodaran a nosotros solos, que los demás no la disfrutarían como ella y yo lo íbamos hacer.

Pronto comenzó y volví a sentirme capturado por la historia, amé a Cecilia Roth, a Penélope Cruz, al chico que muere atropellado, y odié a la actriz (Marisa Paredes) en un principio. Después la amé, era toda una dama. Ni qué decir del tipo que aparece al final, del padre del chico: un hombre bellísimo que lo detesté en seguida. Lo que más recuerdo de esa película es el tono rojo (carnal, deseo, furia) que Pedro le dio a la historia: el saco rojo de Roth, el anuncio rojo de la obra de teatro, las faldas rojas de las actrices y el rojo que resalta en el cartel: en la blusa de la chica, en sus labios y en la palabra “madre”. No pudimos hablar ni un sólo instante en las casi dos horas que duró la proyección. Nuestros ojos estaban adentro de la historia, mirando de cerca lo que cada actor hacía y decía, memorizándonos diálogos, gestos, frases. Recuerdo que Sonia me dijo sorprendida: ese Almodóvar ha explorado el alma femenina, y ha demostrado la forma en la que amamos, odiamos, damos cariño, alegría y nos volvemos cómplices con nosotras mismas. Terminamos lloramos.

Saliendo del cine fuimos a buscar Un tranvía llamado deseo. Al tercer día ya la habíamos leído. La conversación que tenía con ella giraba alrededor de Pedro, de sus películas, de sus peculiaridades. Hablamos poco de la obra de teatro, a pesar de que en nuestras charlas actuábamos, en algunas ocasiones, como los personajes de Williams. Pero llegó un momento en que todo se volvió aburrido, monótono. Almodóvar no daba noticias nuevas. Sabíamos que andaba rodando su próximo film e inventábamos historias acerca de lo que trataría. Un día ocurrió que ella no quería seguir compartiendo su amor por el director, ni yo mis sensaciones como espectador. Nos alejamos.

En ese año estuve atento a cada nominación que tenía la película, y en cada triunfo, salía a festejar. No me importaba que Sonia lo hubiera conocido antes que yo, ni que su abuelo había sido amigo del padre de Pedro. Yo sentía algo al ver sus películas que nadie me podía arrebatar. Me identificaba con sus actrices, me enamoraba de sus actores, y cada vez que veía una de sus películas, todo un mundo de posibilidades se abría ante mí. Un mundo del que nadie me había hablado. Ese año hallé, por fin, en un bazar, los films que me faltaban.

 

3

(Conferencia en el Hotel México)

En el 2001 asistí a una conferencia que Pedro Almodóvar brindó en el Hotel México. Como quería hablar con él, hice una credencial donde decía que era reportero de un periódico X del estado de Hidalgo y que iba exclusivamente a cubrir el evento. Una semana antes del evento, fui a buscar esos chalequitos que usan los reporteros, que traen como veinte bolsas, y un pantalón, también como muchos departamentos. Adquirí una grabadora, un casete virgen, un block pequeño de notas y una gorra café. El día del evento estaba listo para tener una conversación con el director de cine que había cambiado mi vida.

Con el alboroto de reporteros pude entrar a la sala de conferencia. Le pregunté al primer hombre que se atravesó con saco de Televisa, que cómo le podría hacer para tener una entrevista con Pedro. Me dijo que hablara con su representante, una mujer bajita que se encontraba en primera fila. La ubiqué desde mi posición. Me fui directo hacia ella.

–Adolfo Rentaría del periódico Minutos, ¿podría tener una entrevista con Almodóvar?

–Disculpa, Pedro no puede dar entrevistas.

Derrotado volví a mi asiento. Pero luego pensé en posicionarme en la salida de la sala para poder estar cerca de él cuando terminara la conferencia. Lo hice, pero no sirvió de nada porque no fui el único que se abalanzó hacia él cuando bajó de su charla. Estaba seguro que nadie sentía esos nervios y esos deseos que me invadían al saber que estaba a unos cuantos metros de la persona que más admiro. Los guardias reaccionaron a tiempo y nos apartaron de él. Sentía que el brazo de uno de ellos se pegaba en mi pecho arrastrándome cada vez más y más lejos de donde quería estar. Sólo le pude gritar: te amo, Pedro. Entonces vi que giró su cabeza hacia donde estaba, pero un guardia se colocó justo en medio de nuestras miradas.

Nunca lo he vuelto a tener tan cerca. Y si un día tengo esa oportunidad, no la desaprovecharía gritándole la misma cursilería que esa vez. Trataría de ser amable, o fingir que no me importa tanto, que no ha cambiado mi vida, para no asustarlo y poder acercarme y por fin intercambiar algunas palabras. He oído que le gusta platicar con sus admiradores.

 

4

Hable con ella

En el 2002 se estrenó Hable con ella en el país. La película ya tenía un año de existencia, y había sido galardonada en cada festival de Europa. La conseguí un año antes de que se estrenara en México, en el mercado pirata, pero prometí no verla hasta que llegara al cine. Y lo cumplí al pie de la letra, aunque me costó mucho trabajo soportar esa necesidad que tenía por ver lo nuevo nuevo de Pedro. Tuve que pedirle a un amigo que la escondiera en su casa.

Cuando llegó al cine, decidí verla solo. Cada estreno de Almodóvar era un antes y después en la relación que tenía en ese momento, la cual se desgastaba después de ver la película. En ese año no quería andar con esas escenas de amor que parecían ser de una mala historia que parodiaba a las de mi Pedro. Andaba bien con Rebeca, y no quería arruinar la pobre mediocridad que teníamos de relación en esos días. Además, siempre me ha gustado ir solo al cine.

Hable con ella resultó ser, hasta ese momento, mi película favorita. Salí del cine feliz, caminé un poco, fui a la casa de mi amigo y le pedí mi película. La miré tres veces hasta quedarme dormido. Soñé que tenía un accidente y que por años me quedaba en estado vegetal. El enfermero que me atendía no era el mismo actor, sino Miguel Bosé, aunque a veces su rostro cambiaba al de Antonio Banderas. Pensé en nunca mirar la película con alguien más, y tragarme yo solo cada instante de rabia que sentía por Javier Cámara, el enfermero. Lo odiaba completamente, así como a la chica que despertó casi a final de la película por no corresponderle a Javier, entonces éste me daba lástima y lo quería y lloraba y pobre de él y lo comprendía, pues en ese momento andaba atrás de alguien que ni me volteaba ver. Nuevamente Almodóvar había tocado algo dentro de mí. Algo que sólo él sabía donde se encontraba.

Y no sólo me identifiqué un poco con el personaje de Cámara, sino que abrí los ojos a mi alrededor y pude ver que era completamente infeliz. Vivía mintiendo, fingiendo ser una persona que no era, alrededor de otras personas que creían conocerme al estarlos engañando, incluyéndome en ese grupo. No podía seguir así. Mi vida tenía que cambiar de un momento a otro, debía de sucederme un accidente donde yo fuera el único beneficiario. Tenía deseos de un día despertar y encontrarme dentro de cinco o diez años al lado de una persona que me amara. Quería que Almodóvar escribiera mi historia, que la produjera y dirigiera. Luego mirarla en un cine, a la primera hora en la función de estreno. Pero claro, no sucedió así. El único defecto que tienen las películas es que no son reales. Y el problema radica en que uno siente que sí lo son.

 

5

La mala educación

Para el 2004 era otra persona. Tenía un trabajo muy bueno, vivía en una ciudad que nunca pensé conocer y andaba con una persona que me trataba de lo mejor. En dos años mi vida había dado un giro inexplicable, pero justo. Un día renuncié al empleo que había tenido por años, mandé una decena de currículum a empresas nacionales y en seguida me aceptaron para un puesto en mercadotecnia en una ciudad del norte del país. Me fui sin pensar si era la mejor decisión. Todo parecía tener un aire de irrealidad. La misma compañía me consiguió un departamento donde se podía ver gran parte de la ciudad. Me sentí libre desde el primer momento. Casi podía jurar que tenía alas. Cualquiera que me hubiera conocido dos años atrás, no hubiera reconocido tanta felicidad en mi rostro.

En ese año invité a mi pareja a ver el estreno de La mala educación. Está de más decirlo: nos encantó. Esta película había desplazado del primer lugar a Hable con ella. Almodóvar se veía más maduro, más consciente de su obra, más director que nunca. Gael, Daniel, Fele y Javier estuvieron fabulosos. La historia fue grandiosa, el sacerdote odioso, una dirección de cámaras precisa, fotografía excelente. La mala educación me tumbó de la sala. Recuerdo los cuadros que se desplazan de una toma a otra, y me vuelvo a emocionar. Pedro no pudo habernos sorprendido más cuando nos dimos cuenta, a mitad de la historia, que la película que hemos venido mirando es una película que se está rodando dentro de la historia. No creo que haya respirado en lo que duró la cinta. Elsa no creía mi actitud. Se reía en cada momento cuando me miraba y me veía embobado. Picaba mis costillas para sacarme del trance y por no seguir su juego, la ignoraba.

Después del cine fuimos a cenar. En el camino al restaurant y adentro del mismo, no pudimos hablar de otra cosa que no fuera de nuestra fascinación por la película. Traíamos a la mesa escenas específicas, y al parecer, cenamos cada diálogo que tuvieron Gael y Fele, cada mirada de éste último vestida de mujer, el ritmo de la música, las expresiones homosexuales a través de la película. Fue una noche inolvidable.

La llevé a su casa unas horas después. Luego me apresuré para mirar nuevamente la película en casa, pues como en la ocasión anterior, la había adquirido antes de su estreno. Volví a excitarme con Gael y Fele. Ambos hacían una mancuerna que difícilmente olvidaría: la pareja perfecta de chicos almodóvar (lo que un día fueron en mis fantasías el fuerte de Bardem y el flaco de Banderas). No pude terminar de verla porque me entraron unas ganas enormes de no estar solo, y le llamé a Martín para decirle que, por favor, viniera cuanto antes a casa, que necesitaba verlo, que lo invitaba a ver una película que jamás olvidaría. Colgué, dejé mi sexo en paz y pensé por un momento que no iba a ser capaz de soportar tanta felicidad cuando estuviera Martín a mi lado y miráramos juntos la película.


© Josué Barrera, 2006

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Josué Barrera: (Torreón-México, 1982) Es Licenciado en Psicología. Radica en Hermosillo, Sonora, México. Ha publicado en revistas literarias del país y en medios electrónicos de Brasil, Argentina y Estados Unidos. Editor de la revista La línea del cosmonauta . Prepara su primer cuentario.

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Para citar este documento: http://www.elhablador.com/cuento12_1.htm
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