Luis Benítez

Paolo Mario Astorga Requena

Eduardo Fariña Poveda

Alexander Ríos

Yusef Simon

Josué Barrera

Juan Carlos Bondy

Fernando Isasi Cayo

Miguel Ángel Vallejo Sameshima

Jennifer Thorndike

 

 

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Alexander Ríos

por Alexander Ríos

 

Embarcarse

¿Por qué no embarcarse un martes?
Abrazar con fuerza el ancla del barco
Y sentarse a la mesa junto a los peores marineros.

- Yo voy para la tierra prometida

( Doce años de esclavitud le
esperan a este negro confiado)

- Quiero escapar del pasado que me impide dormir.
Llevo setenta y dos noches en vela.

(Muerte, sólo muerte le
aguarda a este triste loco)

Pero mi destino tiene infinidad de pelícanos bailando alrededor del sol.
Allí el tiempo pasa sin hacer daño
Y el mar nunca ha reclamado muerto alguno.

Mi barco pereció pero yo llegué a la orilla.

 

El cangrejo

El cangrejo nunca da la espalda. La vida es un atado de miedos que se lleva siempre en el bolsillo.

El cangrejo nunca da la espalda. ¿Con cuál de tus hermanos tendrás que pelearte hoy por el pan?

El cangrejo nunca da la espalda. La tragedia nos muerde los tobillos.

El cangrejo nunca da la espalda. Le pedimos, por favor, esconderse bien.

El cangrejo es el molusco más valiente.

 

Caracol

Cuando el caracol nace es un punto.
Luego, como en la teoría del movimiento cíclico, va enroscándose en un centro imaginario que se agranda, se agranda.
Mareado entonces, el caracol cae en el inevitable ensimismamiento y su concha es a la vez barco y jaula.

 

Hundimiento

Los marineros miramos por la única ventana, una redonda y pequeña, el océano inacabable. Apeñuscados, tras ella, tratamos de ver por lo menos un pedazo de mar, una ola que pasa...
No vale la pena salir a correr por cubierta pidiendo explicaciones o desahogándose en rezos.
La noche da miedo.
Prefiero acurrucarme dentro de este vientre de ballena y esperar el descenso.

Cada vez nos hacemos más y más pesados.
La ballena ha muerto y se hunde por la cola.
Así, por un momento, la ventana queda mirando al cielo azul oscuro y de repente se cubre de agua. No se ve nada. Nadie grita.

El descenso es lento y muy, muy suave, como el del cuerpo de una niña que se ahoga en un pozo.
Seguimos aferrados a la ventana. Observando lo que tantas veces nos hemos imaginado: un hundimiento.
Aparecen de esos peces que alumbran en el fondo del océano:
- ¿Por qué cargar con una luz y no aprender a ver en la oscuridad? – susurra un marinero como entre sueños.
Ya no importa ni la vanidad ni el miedo del pez que alumbra nuestra muerte. Importa tan sólo si agonizar en el fondo del océano cambia las cosas.
Creo que no. Un mismo paraíso, un mismo infierno, para el náufrago y para el anciano que muere de tos.

Hemos llegado al fondo. No queda más que esperar.
Ya no quiero mirar por la ventana.
Más bien cerrar los ojos e imaginar otras profundidades.

© Alexander Ríos, 2006

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Alexander Ríos: ( Bogotá-Colombia, 1984 ) Estudiante de Literatura de décimo semestre de la Universidad Nacional de Colombia.

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Para citar este documento: http://www.elhablador.com/poesia12_4.htm
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