Es curioso que ya a fines del siglo XXI me sorprenda ante la computadora intentando escribir mis experiencias, sobre todo teniendo en cuenta que no estoy ante el Ojo. Es decir, quiero hablar sobre mis experiencias en la vocación, en el oficio, en lo que hoy por hoy se llama trabajo, y, sin embargo, no estoy ante el Ojo. O sea que, en mi soledad, no necesito estar haciendo este trabajo. No necesito, en realidad, estar haciendo algo.
Una vez yo decía que era una buena persona. Ya saben, hay un viejo dicho que dice que si nadie te elogia elógiate a ti mismo. Sin embargo, sobre todo cuando era chico o adolescente y el Ojo no estaba tan extendido, mi bondad, o acaso mi inocencia, no me sirvieron de mucho. Yo siempre expresaba mi desazón respecto a que no recibí nada a cambio de mi virtud, y entonces un interlocutor al que contaba el caso, un cantante de renombre en el Ojo, me dijo: Alberto, si sos bueno, sé bueno para vos. Y yo le dije: entonces encerráte en tu pieza y cantá. No sé, le espeté, para qué cantás ante el Ojo. El silencio fue su respuesta. Acaso todas las palabras que van a seguir no sean más que comentarios, agregados de lo que acabo de escribir.
Bueno, para empezar nuestro país está muy avanzado. No en todos lados es igual, pero aquí…, aquí domina el Ojo…
Ya los cantantes no necesitan un teatro, los bondadosos no necesitan hacer actos de bondad en la calle o en la familia, los malvados, porque la maldad acaso también fue hecha para el Ojo, no hacen maldades sino para el Ojo, los presidentes toman decisiones ante el Ojo, los médicos curan personas y se ganan el cielo ante el Ojo. Son profesiones que pueden hacer tal cosa, ya que hay otros oficios que no requieren al Ojo, pues nuestras calles necesitan barrenderos, los bares camareras, etc.
Se realizan los oficios visibles, por ejemplo, en la biblioteca. Allí, en mi barrio, hay un habitáculo para tal fin en la biblioteca municipal: está todo vacío, el suelo es verde, las paredes amarillas. Dos pequeñas cámaras indican al Ojo; en ese mismo momento en que el Ojo graba y escruta gracias a esas cámaras, toda la gente del barrio, y de los barrios de los alrededores, acaso esté mirando el asunto.
Bueno, pero también hay otras salas en el barrio, las salas que fueron habilitadas por los que se llaman puros y sus enemigos llaman narcisistas. Y ello me preocupa. Porque en otras localidades, en ciudades, en otros países, se extiende esta práctica. Ellos fueron los que contaminaron nuestras certidumbres, pero también, de alguna manera, los que inquietaron nuestra impavidez, nuestra inercia. Ahora, cuando todavía insistimos en estar ante el Ojo, los escasos que lo profesamos podemos pensar en nosotros mismos, y nuestro pensamiento posee una sólida y solitaria, sobre todo solitaria, lucidez. Acaso los puros nos hayan enseñado la soledad, acaso nos hayan enseñado que, antes que ser ante nosotros mismos, SOMOS ANTE EL OJO.
Yo, por ejemplo, toco la guitarra ante el Ojo.
A veces estoy largas horas ante el Ojo, en la sala de la biblioteca, ingeniando canciones. Paso las manos por las cuerdas, mientras otros dan discursos o formulan ecuaciones o planean campañas de caridad… La sala nos alberga a todos los que compartimos cierto horario estipulado, y el Ojo puede vernos, puede aprobarnos más bien, a todos, con su símbolo de miradas ajenas, de ojos abiertos de par en par que necesitamos hora tras hora. Somos, lo repito, ante el Ojo; aunque, por motivos que ya explicaré, hoy por hoy no sabemos si dichas cámaras funcionan-pues ya que nunca tuvieron luces o señales que nos indicaran si estaban encendidas se presumía que el Ojo siempre funcionaba-, ni nos molestamos en preguntar a la gente si ha visto nuestra función. Ahora el barrio habla poco; hablar, pienso, es una relación con el otro, una cierta relación impalpable con el Ojo…
Luego de cumplir mi trabajo, de saciar mis necesidades, digamos, ante el Ojo, salgo de la sala de la biblioteca y no hago nada. Estoy en mi casa, tendido en la cama; solamente me levanto para cumplir mis necesidades…, es decir las necesidades físicas, corporales.
Apenas si tengo ganas de comer; y me dejo, pues, estar en una ociosidad abrumadora. Ello no hubiera sido posible en el siglo XX; pero hoy nuestro país, como tantos otros, puede hacer suplir a cierta gente las necesidades alimentarias con el subsidio que antes entregaba el gobierno y que ahora entrega un Comité de Emergencia que no se sabe cuánto tiempo seguirá fiel al Ojo, pues también en las deliberaciones del Comité el Ojo funciona, los funcionarios están para el Ojo y por ende no son inmunes a los puros. El mismo gobierno, en efecto, hacía sus deliberaciones ante una sala especial: y allí, pues, había también un Ojo que, debido a las necesidades maquiavélicas y por lo tanto de conveniencia de discreción de la política, grababa algo que, luego de las sesiones, solamente veían los mismos implicados. Ellos se veían, pues, el uno al otro; se miraban, se reconocían el uno al otro. Hoy esa palanca, ese motor, sigue funcionando para el Comité, aunque no sé hasta cuándo.
Entonces, y siguiendo con lo que queda de nuestra solidez en la subsistencia material, ahora, y mientras los restos del Ojo persistan, estamos los que seguimos siendo del Ojo ya acostumbrados a dedicarnos a la vocación recibiendo el subsidio del Comité; y nos dedicamos a la, vaya palabra, carrera. A un goce puramente moral.
Pero surgió, hace un tiempo, la secta de los puros. Los narcisistas se reúnen en varias salas del barrio. Las alquilaron ellos mismos; antes eran salas de Ojo. Sin embargo, esta sociedad de los puros se ocupó de destruir las cámaras de dichas salas, y entonces allí desarrollaban su oficio, su vocación, su decisión herética. El resultado fue:
Nada.
Sencillamente la gente de los puros no hacía nada; los puros eran ociosos, como yo en mi casa o en general cuando no estoy ante el Ojo; entretenidos ellos en contemplar estúpidamente las paredes, en comerse las uñas, en mover el cuello, en espatarrarse, en rascarse, en reírse no se sabe de qué. Y sin embargo… Sin embargo ellos se dicen felices. El gobierno del Ojo, al principio, había tomado cartas en el asunto.
Los puros, pues, sufrieron estoicamente las persecuciones, y se intentó azuzar una ley contra semejante práctica bárbara. Aunque, claro, dichas leyes fueron discutidas y propuestas en salas de Ojo, cosa que tendría consecuencias. En efecto, muchos de los más feroces abogados de la persecución, que mostraban su rostro- repito, su rostro- ante el Ojo, luego no seguirían su propia senda trazada. Al respecto, pese a que los puros no permitían que nadie de otra secta ingresara en sus salas, sin embargo algún abogado persecutor ingresó subrepticiamente en una de ellas y quiso, ya dentro, discutir amablemente con los sectarios. Pero estos abogados sufrieron algo, algo muy raro.
Cuando comenzaban a hablar no sentían el Ojo: era su problema, su angustia existencial digamos. Cuando hablaban no sentían nada. Comenzaban a hablar, según algunos testigos refractarios de los puros, y se trababan; luego bostezaban, luego se rascaban la cabeza, luego miraban alrededor como quien descubre el mundo, luego sonreían francamente, aunque sin saber de qué, y culminaban confraternizando completamente con los puros, de tal forma que incluso perdieron la facultad del lenguaje. En efecto, me dicen que los puros no se comunican, viven completamente en su yo. No salen de sí mismos; no reconocen, vaya palabra, a las otras personas de la sala porque, dicen algunos refractarios, en tal estado no se necesita el reconocimiento de la otra persona, y no se necesita, por ende, a la otra persona misma.
No se necesita el Ojo, la máquina, la palanca de Arquímedes, la rueda que mueve el mundo. Algún escritor llamó a la vanidad un gran motor del mundo, pero claro que la vanidad no serviría sin el Ojo. La cosa, creo yo, no es preguntar vanidad para qué, sino vanidad para quién; o más bien- y puesto que antes que reconocimiento personal este asunto versa sobre un reconocimiento social, o, todavía más, sobre un reconocimiento popular- vanidad, pues, para quiénes… Bondad para quiénes, canto para quiénes, dinero para quiénes o… incluso vida para quiénes.
Y felicidad, en fin, para quiénes…
Finalmente, está ocurriendo algo raro: algo que me causa pavor, temor. Los miembros del gobierno, y creo que ya he tocado el tema, han abandonado las salas de Ojo; como mucha gente común, se pasaron a la secta de los puros. Primero insinuaron que seguirían con sus tareas de gobierno sin estar bajo el cetro del Ojo, contactándose con el resto del gobierno que quedaba mediante un microordenador portátil en las salas de ciego, sin el Ojo, de los puros. Bueno, ello al principio causó muchos problemas. Hubo dificultades en varias funciones municipales. Luego casi todos los miembros del gobierno abandonaron sus posiciones, y ahora todos ellos se entregan a la pereza en las secretas salas ciegas. Los subsidios ya no son cobrados, en muchas ocasiones, aunque en mi caso el funcionamiento del Comité persiste. Pero eso no es todo lo importante. Los que desempeñan las funciones básicas, sin el Ojo, como los barrenderos, los que recogen la basura, los que podan y cuidan nuestros jardines, los que se desempeñan de sirvientes en las casas, todos abandonaron su trabajo y se encerraron en las salas sin Ojo y allí se dejan estar también.
Al principio, los puros se alimentaban gracias al subsidio gubernamental. Pero como tal subsidio fue eliminado en la mayoría de los casos, en virtud de la acefalia de nuestro gobierno, de la corrupción filosófica, digamos, de los que mandaban en el municipio, los narcisistas buscan su propio alimento. Salen un rato de las salas y encuentran cualquier cosa: me han dicho que llegan a comer raíces de los árboles de las plazas públicas, cuando es lo primero que se encuentran al paso.
Incluso, me dijeron, los que manejan las cámaras del Ojo comenzaron a fallar. Muchas veces el Ojo no funcionaba en sus salas, y los que acudían a ejercer su profesión, en la duda de si el Ojo funcionaba o no, dejaron de asistir a sus sesiones. O simplemente, en esas salas en las que no se sabía si el Ojo funcionaba o no, comenzaron a adquirir esos síntomas que he narrado arriba, cuando el abogado intentaba convencer a los puros: bostezos, rascarse, inercia, impavidez, una estupidez ociosa casi bestial.
Los hombres puros hacen sus necesidades corporales en las mismas salas, y solamente proceden a una limpieza cuando ello afecta su salud, o, más que su salud, su existencia en virtud de alguna infección: ser y hacer solamente para la supervivencia. Supervivencia es la palabra justa: los puros no viven, sobreviven. No viven para vivir bien, viven solamente para no morir. Al fin y al cabo, me pregunto ahora, qué es vivir bien: ser un gran médico, ser un hombre bueno, ser un hombre generoso, un gran político, un gran presidente, un gran guitarrista sin el Ojo. Vivir bien perdió el sentido. Ser feliz también, acaso; esa felicidad según nuestro concepto de la vida ante el Ojo. La felicidad sin el Ojo consiste, lo he dicho, en dejarse estar, en suplir las necesidades básicas. En comer cualquier cosa que se encuentre: bárbaros festines hediondos se realizan en las salas ciegas, y los puros no desdeñan ningún plato. Roban en los bares que todavía funcionan, porque robar no está prohibido en su más que liberal código moral, si así se les pueden llamar a sus costumbres.
Ahora casi todas las salas de Ojo no funcionan, y el Comité se tambalea pues sus miembros sienten la fascinación hereje de las salas ciegas. Y a nadie le importa controlar las cámaras de Ojo; que eran controladas por gente que a su vez estaba controlada por otro Ojo y sus responsables, y así Ad infinitum, hasta que alguien en la cadena falló. El Ojo, pues, ha muerto; pero supongo que, obligados a meditar acerca de nuestras motivaciones existenciales por la secta de los puros, el Ojo de nuestra imaginación, el tercer ojo que sentimos fuera de nosotros y no existe, también ha muerto. Pero, y respecto al Ojo que existe más allá de las cámaras, ya he de hablar más adelante del Ojo puro, el verdadero Ojo: el Ojo interior.
Tengo que referirme, en virtud de esa existencia de un Ojo invisible, ficticio, a esos sujetos que cumplen su labor imaginando la aprobación social sin la necesidad física, solamente física, del Ojo: a los barrenderos, a los que atienden los bares, a los sirvientes. Ellos abandonaron sus profesiones, su vivir bien según su entendimiento, sin estar prácticamente bajo el gobierno del Ojo. Participaban de nuestra sociedad ocular, pero eran vistos como marginales. Sin embargo, es en ellos, acaso, en que se basa lo más profundo de estas reflexiones- el hecho que más se acerca a ese Ojo de nuestro interior- casi todas comenzadas a pergeñar mientras sigo ejecutando la guitarra en la sala de la biblioteca, cada vez más en soledad y sin saber si el Ojo está funcionando o no y viendo que, en consecuencia, mi buen vivir flaquea y entonces también deseo dedicarme a la supervivencia, a la dejadez bestial.
Todos están cada vez más en la inercia; y nuestros bellos y abstractos edificios, construidos con palabras tan altísonas como virtud, deber, moral, habilidad social, generosidad, placer, disfrute, e incluso muchas veces sexo y amor, se derrumban como se derrumba esta civilización. El abandono ocupa nuestra ciudad, y muchas otras ciudades y países donde la secta prospera. Un silencio de muerte se enseñorea de todo, las luces se apagan, no hay medicamentos, no hay televisión, no hay ordenadores; ya no se necesitan ni las vacaciones que luego se comentan ante los parientes y conocidos. Ya no se necesitan autos, ni la velocidad, ni el pan ganado con el sudor de nuestra frente…
Pienso, en fin, en la última frase: el asunto del sudor de nuestra frente, del trabajo, de sus motivos; del ocio pulsivo- reprimido artificialmente hasta ahora- que va remordiendo mis noches, mis vigilias donde siento el abandono del Ojo, las noches en que comienzo a sentirme en soledad y cuando ya no necesito dormir para estar descansado al día siguiente y comenzar fresco y rozagante de ánimo, bien preparado para caer simpático, para trabajar, para ser agradable. Si hay algún Ojo que hasta ahora no conocimos, si una mirada desconocida nos quiso obligar al pan regado con el sudor de la frente- y a los partos con dolor, y a la muerte o el sufrimiento- , nosotros, porque ya he dicho que yo también me siento flaquear y que los cimientos de mi personalidad ceden, no hacemos caso de él.
Y, aunque cada vez doy más y más vueltas frente a la fachada de una sala de los puros, no dejo de pensar que, y ahora yendo al fin a mi preocupación principal, acaso el Ojo en verdad sigue funcionando, de la manera más sutil, más terrible: en el Ojo de nuestro interior, en el Ojo con que nosotros mismos quisiéramos mirarnos, en el Ojo que ya no necesita del Ojo de afuera, el del reconocimiento. En el Ojo, pues, que intenta- solamente intenta- ver nuestra propia alma y que no sabe lo que queremos, lo que deseamos: ese Ojo de nosotros mismos, de nuestro interior. El Ojo, en fin, que nunca antes habíamos visto.
Y el único Ojo- ese Ojo de nuestra propia alma- con el que acaso nunca podremos vernos.
© Daniel Alejandro Gómez, 2008 |